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Diego Maradona

La Pelota No Se Mancha: Ad10s Diego


Para Muchos Una Leyenda En EL Futbol.


Ya era de noche en el barrio San Giovanni Teduccio, ubicado en la sureña ciudad de

Nápoles, y solo se vislumbraban las bengalas que iluminaban el mural de un edificio, con el rostro del Pibe de Oro. La gigantografía muestra al Diego con su barba definida, el cabello ruloso, el ceño fruncido, y la vista determinante. Abajo, cientos de hinchas napolitanos, muchos de ellos llorando, y otros simplemente observando la aguileña mirada del que fue su héroe.


La noticia impactó al mundo, en Argentina el presidente Alberto Fernández decretaba tres

días de duelo nacional, y a las afueras de la Casa Rosada hubo disturbios entre la policía y los

fanáticos, que de a poco llegaban a conmemorar al hijo pródigo albiceleste. En La Bombonera, solo el palco, que lleva el nombre de Diego Maradona, se mantuvo con la luz encendida durante horas, mientras que, en el Obelisco, cientos de argentinos se reunían con flores, fotografías y lienzos del Pelusa. La humilde Villa Fiorito, que lo vio crecer, se paralizó durante toda la jornada, al mismo tiempo que los vecinos prendían velas en el altar dedicado al 10.



Hablar de Maradona es hablar de una infancia vulnerable, de una vida de abusos, de un

símbolo tanto argentino como latino; y es también hablar de ímpetu. Cuando Diego pisaba la

cancha se notaba una energía distinta, él era feliz cada vez que tocaba un balón, y lo manifestaba cuando corría, con un hambre impresionante de victoria. Su capacidad atlética lo hacía parecer un tigre cazando a su presa cada vez que se barría a un balón dividido. La zurda del Barrilete Cósmico trajo tantos goles como sonrisas y lágrimas en Argentinos Juniors, Boca Juniors, Barcelona, Napoli, Sevilla, Newells Old Boys, y en la selección de su país. Era tan veloz con el balón pegado al pie, que al verlo parecía fácil eludir a los rivales y dejarlos tirados en el suelo. Tenía un cabezazo formidable; muestra de ello, fue el gol que le hizo al Milan el año 1988, cuando el arquero Giovanni Galli ve pasar el balón sobre su cabeza, desde treinta metros de distancia del arco, mientras el pequeño astro del fútbol mundial ya corría para celebrar la hazaña. Diego Maradona revolucionó el fútbol con su exquisita calidad, técnica, habilidad mental y fiereza. Maradona corría con ganas de vencer a la vida, y lo logró.



La trascendencia social, política y deportiva de su figura es tan importante para el mundo,

que no se puede hablar del futbolista, sin mencionar su relevancia en la guerra de las Malvinas entre Argentina y el Reino Unido, en un contexto mundial que se encontraba aun en plena Guerra Fría, y un continente sudamericano gobernado por distintas dictaduras. Los trasandinos rindieron sus tropas, y al terminar el conflicto bélico se estimaron cerca de seiscientas cincuenta muertes argentinas y doscientos cincuenta decesos británicos. Llegado el año 1986, la mirada se centraba en el Estadio Azteca de México, no era un partido normal, y existía una tremenda presión social encima. Ambos países habían cortado su relación diplomática hasta el año 1990, y ahí, en los cuartos de final del mundial, se concentraba el orgullo de dos naciones.


Lo que ocurrió en el campo de juego ese día es catalogado por futbolistas, directores

técnicos, periodistas y especialistas, como uno de los hitos más importantes del deporte mundial. El Pibe de Oro se vestía de gala, y convertía el gol más cuestionado en la historia de la competición. Tras un mal control de Valdano, el mediocampista inglés Steve Hodge intentó darle un pase aéreo al arquero Peter Shilton. Ahí, el pequeño 10 desbordó viveza, y ejecutó un notable brinco para empujar la pelota con su mano izquierda adentro del arco británico. Los ingleses reclamaban enfurecidos, los argentinos abrazaban a Diego, y el árbitro no entendía nada de lo que estaba pasando.


“Lo hice con la cabeza de Maradona, pero con la mano de Dios” declaró a los años después el protagonista de esa jornada. Sin embargo, el desenlace de esa disputa sería sacado de la mejor epopeya jamás escrita, cuando tan solo tres minutos después, el Pelusa tomó el balón en la mitad de la cancha y con una media vuelta se desmarcó de dos ingleses, ahí comenzó una carrera de antología, como el mejor torero, eludiendo a cuanto británico se le puso en el camino, enganchó hacia adentro, gambeteó hacia afuera, y el arquero le achicó, pero Diego venía imparable. Él solo, se sacó a cinco jugadores en un pique de mitad de cancha, y convirtió el Gol del Siglo, el más hermoso en toda la historia de las Copas del Mundo, en contra de los mismos que crearon el fútbol, y en medio de la tensión bélica, les pintó la cara y les pegó un baile, cual David contra Goliat. Poesía pura.



A la postre, el equipo argentino, capitaneado por su más importante ídolo, levantó la copa,

y se consagró campeón mundial, dejando para la eternidad la imagen de Diego besando el trofeo más importante y que todo futbolista desea levantar. Ahí, en la cima de su carrera deportiva, aprovechó el empujón y llevó al humilde Napoli a conseguir los únicos dos Scudettos de la historia del club, una Copa y una Supercopa de Italia, y por último una Copa de la UEFA. La ciudad entera le sigue agradeciendo a Diego por convertirla en el epicentro del mundo.


Estaba en la cima, en su máximo esplendor, en las nubes, por lo mismo, la caída fue más

dolorosa. Entrando a los años noventa, Maradona hablaba y se expresaba de una forma distinta, los controles de dopaje daban cuenta de que había cambiado, y su carrera comenzó a decaer. La adicción a la cocaína tuvo su primer registro en el año 91, y desde ese momento no hubo retorno, pese a las suspensiones, allanamiento a su departamento por porte de drogas, e incluso intentos de rehabilitación, Diego ya tentaba el retiro profesional del fútbol. Ahí, en lo más bajo, igualmente fue nominado al mundial de 1994, donde pasaría su peor momento, las cámaras apuntaban a una mujer vestida de enfermera, llevándose de la mano al capitán argentino, quien daría positivo en el dopaje por sustancias como la efedrina, norefedrina, seudoefedrina, norseudoefedrina y metaefedrina.



Ya en este punto, hay que mencionar lo que fue el otro Diego, el de las contradicciones y al

que muchos lo recordarán por no reconocer a sus hijos, por golpear a su expareja estando

borracho y por las acusaciones de pedofilia en su contra, cuando viajó a Cuba y se divulgaron

fotografías en una supuesta fiesta sexual con menores de edad desnudas. El héroe convertido en villano, y pese a los litigios judiciales, libró de las acusaciones en su contra pagando millonarias sumas de dinero.



Es difícil enumerar los momentos más importantes en los 156 años de este deporte, pero el

25 de noviembre del 2020 fue uno de ellos, el día que el fútbol lloró. Generaciones enteras

despidiendo al que fue un ídolo en el barrio pobre y en los estadios llenos, así como también, el que, para muchos, fue uno de los peores ejemplos para la sociedad.


El mural del Pibe de Oro en Nápoles ya no está solo iluminado por las bengalas, sino

también por las velas que los hinchas de la ciudad le han prendido por días después de su

fallecimiento. Lo acompañan banderas, fotografías, lienzos y cientos de personas que llegan al lugar, ente ellas, un pequeño niño que se queda observando el dibujo del 10. Ahí está el chico italiano de siete años, tranquilo, con sus zapatos rotos y un balón debajo del brazo, pero no entiende muy bien lo que está pasando, solo sabe que el héroe de la ciudad ha muerto, y que pese a todas las loas y críticas que ha escuchado, el fútbol no tiene porqué cargar con esos pecados. Ahí le sigue dando vuelta en su cabeza, las palabras que alguna vez escuchó recitar. “El fútbol es el deporte más lindo y más sano del mundo. Eso no le quepa la menor duda a nadie, porque se equivoque uno, no tiene que pagar el fútbol. Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota… la pelota no se mancha”.


Las fotos son de getty images.

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